¿Por
Qué?
(Por
Fred Adams, publicado en Revista Adventista; Septiembre, 1990)
En el momento de su
accidente, Fred Adams trabajaba como profesor de orientación vocacional habiendo aceptado
la invitación a servir en el Colegio Linda Vista, en Chiapas, México --colegio de
nivel medio que sus padres habían ayudado a fundar. El accidente que lo obligó a
regresar a los Estados Unidos con su familia ocurrió el 17 de febrero de 1987. Después
de esto, Fred y Diana han aceptado una invitación por dos años para colaborar en el
programa "Servicio Voluntario Adventista", en calidad de maestro de ciencias
computacionales, en el mismo colegio. - Los editores
Sucedió en cinco segundos. Ayudaba en la construcción de un edificio grande destinado a
ser fábrica de muebles del colegio. Una viga que sostenía el techo no resistió el peso,
y la estructura completa se precipitó instantáneamente. Quince toneladas de vigas de
madera me arrojaron violentamente contra el piso de concreto. Lentamente experimenté una
especie de entumecimiento que invadió todo mi cuerpo. Tenía fracturado el cuello. Estaba
paralizado.
Hasta ese momento, todo había ido tan bien. Mi
esposa Diana y yo disfrutábamos de nuestro sexto año de vida matrimonial feliz,
gozándonos con el desafío de criar a nuestro hijito de año y medio, lleno de vida. Yo
estaba involucrado en una obra que me producía satisfacción genuina, como maestro de
orientación vocacional en el campo misionero. Ahora, en sólo cinco segundos, todo había
cambiado.
Preguntas
Un largo viaje por
avión al Centro Médico de la Universidad de Loma Linda, California, seguido de una
cirugía delicada y cinco meses de rehabilitación intensiva, me prepararon para enfrentar
un futuro dramático, como una persona inválida que tendría que pasar en silla de ruedas
el resto de sus días. No se me dio la más mínima esperanza médica de jamás volver a
caminar, ni siquiera de poder usar los dedos. Repetidas veces me preguntaba: ¿Por
qué, Dios mío? Por supuesto, esta clase de accidente le pasa a otras personas, ¿pero a
un misionero que sirve en ultramar? Dios mío, no lo puedo entender.
He vivido paralizado por más de tres años. Puede ser que nunca comprenda cabalmente la
razón por la que Dios permitió que me convirtiera en un cuadriplégico. Pero, no
tengo que comprenderlo. Varios meses después que me dieron de alta en el hospital,
ocurrió algo que me ha ayudado a entender la situación un poco mejor.
Respuesta parcial
Nuestro hijo, Daniel, se había sentido mal todo el día. No podía retener alimentos
sólidos ni líquidos en el estómago. Al atardecer, estaba muy debilitado y tenía mucha
sed. Sin embargo, el pediatra nos había recomendado que esperáramos dos horas a partir
del momento en que Daniel había intentado tomar agua por última vez. Entonces le
podríamos dar dos cucharadas de agua a la vez. Si no la vomitaba, le podríamos dar
cantidades mayores cada media hora.
Ya eran las 7:00 p.m. y Daniel nos rogaba que le diéramos un poco de agua. Era una
agonía para nosotros, sus padres, tener que escuchar esos sollozos que provenían de lo
más profundo de su corazón: Mamá, a-ba. Papá, aa-baa. Vez tras vez nos lo
pedía. ¡El tiempo pasaba tan lentamente! ¡Cuánto deseábamos que llegaran las 9:00
p.m.!
Como padres amantes, le queríamos
explicar la situación a Daniel: decirle que le daríamos el agua que tanto deseaba. Que
lo hacíamos esperar por su propio bien, dadas las circunstancias. Pero era demasiado
pequeño para entenderlo. Seguía suplicando: Mamá, cu-co ¡Cuánto nos
dolía verlo sufrir! Pero si se la hubiéramos dado en ese momento, le habríamos hecho
más daño que bien.
Mientras pasábamos esos momentos largos y agonizantes con nuestro hijo
en su lecho, comencé a reflexionar sobre mi propia situación. Le suplicaba a Dios todos
los días que me sanara. Le pedía algo perfectamente legítimo. En ese momento comprendí
que Dios sufre conmigo, y con cada ser humano que padece en este mundo. Casi puedo sentir
sus brazos amorosos sosteniéndome, apretándome contra su hombro. Me acaricia suavemente
la cabeza mientras gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas y se deslizan sobre mi
cabello.
Me dice: Fred, te amo aun más de lo que puedes comprender. Tengo el
poder, y en realidad quisiera sanarte, pero todavía no es el momento. Hijo querido, no
sabes cuánto lamento haber permitido que te sucediera esto. ¡Cuánto daría porque de
alguna manera no tuvieras que pasar por esta situación! Pero es preciso permitirle a
Satanás que revele sus obras tenebrosas ante el universo. ¡Ese antiguo dragón dice que
se le debiera permitir a él ser rey! Pues bien, dejemos que todos en el universo se
enteren de lo que le ha sucedido al planeta Tierra bajo su dominio.
Hijo mío, estás cumpliendo el más elevado propósito posible al
existir: vindicar mi carácter ante el universo. Cuando los demás seres creados vean
cómo el pecado destruye todo lo hermoso y causa tristezas y sufrimientos indecibles,
nadie jamás podrá cuestionar mi soberanía. Por tu sufrimiento, miles de millones
podrán librarse de una agonía semejante.
Hijo mío, algún día muy pronto, te recompensaré. Satanás y sus seguidores
serán destruidos eternamente, y enjugaré cada una de tus lágrimas. En este momento,
preparo un nuevo hogar especialmente para ti, uno que es más grandioso de lo que jamás
te podrías imaginar. ¡Ya verás!
Sigue sollozando, me abraza más fuerte . . . no puede seguir hablando . . .
El pequeño Daniel sí pudo saciar su sed
aquella noche, y al día siguiente se sentía mucho mejor. Tal como fue sanado Danielito,
yo sé que Dios me puede sanar en cualquier momento, ya sea instantánea o gradualmente.
Pero si El decide no hacerlo, no importará. Definitivamente seré sano en el
momento que Cristo vuelva. Puedo continuar viviendo y trabajando para El, aunque
paralizado, con la plena certidumbre de que El hará lo que sea mejor para mi.
Dios ama a cada una de sus criaturas enormemente más de lo que yo jamás podría amar a
Daniel. Pero ciertamente el amor que siento por mi hijo me ayuda a comprender la hermosa
realidad de que Dios es un Padre amante en quien puedo confiar plenamente!
Fred
Adams, junto con su esposa Diana, presta sus servicios en el programa de ''Servicio
Voluntario Adventista" en México, por un período inicial de dos años. |