Fred, Diana y Daniel Adams en 1987¿Por Qué?

(Por Fred Adams, publicado en Revista Adventista; Septiembre, 1990)

            En el momento de su accidente, Fred Adams trabajaba como profesor de orientación vocacional habiendo aceptado la in­vitación a servir en el Colegio Linda Vista, en Chiapas, México --colegio de nivel medio que sus padres habían ayudado a fundar. El accidente que lo obligó a regresar a los Estados Unidos con su familia ocurrió el 17 de febrero de 1987. Después de esto, Fred y Diana han aceptado una invitación por dos años para colaborar en el programa "Servicio Voluntario Adventista", en calidad de maestro de ciencias computacionales, en el mismo colegio. - Los editores

            Sucedió en cinco segundos. Ayudaba en la construcción de un edificio grande destinado a ser fábrica de muebles del colegio. Una viga que sostenía el techo no resistió el peso, y la estructura completa se precipitó instantáneamente. Quince toneladas de vigas de madera me arrojaron violentamente contra el piso de concreto. Lentamente experimenté una especie de entumecimiento que invadió todo mi cuerpo. Tenía fracturado el cuello. Estaba paralizado.

             Hasta ese momento, todo había ido tan bien. Mi esposa Diana y yo disfrutábamos de nuestro sexto año de vida matrimonial feliz, gozándonos con el desafío de criar a nuestro hijito de año y medio, lleno de vida. Yo estaba involucrado en una obra que me producía satisfacción genuina, como maestro de orientación vocacional en el campo misionero. Ahora, en sólo cinco segundos, todo había cambiado.

 Preguntas
            Un largo viaje por avión al Centro Médico de la Universidad de Loma Linda, California, seguido de una cirugía delicada y cinco meses de rehabilitación intensiva, me prepararon para enfrentar un futuro dramático, como una persona inválida que tendría que pasar en silla de ruedas el resto de sus días. No se me dio la más mínima esperanza médica de jamás volver a caminar, ni siquiera de poder usar los dedos. Repetidas veces me preguntaba: “¿Por qué, Dios mío? Por supuesto, esta clase de accidente le pasa a otras personas, ¿pero a un mi­sionero que sirve en ultramar? Dios mío, no lo puedo entender.”

             He vivido paralizado por más de tres años. Puede ser que nunca comprenda cabalmente la razón por la que Dios per­mitió que me convirtiera en un cuadri­plégico. Pero, no tengo que com­prenderlo. Varios meses después que me dieron de alta en el hospital, ocurrió algo que me ha ayudado a entender la situación un poco mejor.

Respuesta parcial
            Nuestro hijo, Daniel, se había sentido mal todo el día. No podía retener alimentos sólidos ni líquidos en el estómago. Al atardecer, estaba muy debilitado y tenía mucha sed. Sin embargo, el pediatra nos había recomendado que esperáramos dos horas a partir del momento en que Daniel había inten­tado tomar agua por última vez. Entonces le podríamos dar dos cucharadas de agua a la vez. Si no la vomitaba, le podríamos dar cantidades mayores cada media hora.

            Ya eran las 7:00 p.m. y Daniel nos rogaba que le diéramos un poco de agua. Era una agonía para nosotros, sus padres, tener que escuchar esos sollozos que provenían de lo más profundo de su corazón: “Mamá, a-ba. Papá, aa-baa”. Vez tras vez nos lo pedía. ¡El tiempo pasaba tan lentamente! ¡Cuánto deseábamos que llegaran las 9:00 p.m.!

             Como padres amantes, le queríamos explicar la situación a Daniel: decirle que le daríamos el agua que tanto deseaba. Que lo hacíamos esperar por su propio bien, dadas las circunstancias. Pero era demasiado pequeño para entenderlo. Seguía suplicando: “Mamá, cu-co” ¡Cuánto nos dolía verlo sufrir! Pero si se la hubiéramos dado en ese momento, le habríamos hecho más daño que bien.

             Mientras pasábamos esos momentos largos y agonizantes con nuestro hijo en su lecho, comencé a reflexionar sobre mi propia situación. Le suplicaba a Dios todos los días que me sanara. Le pedía algo perfectamente legítimo. En ese momento comprendí que Dios sufre conmigo, y con cada ser humano que padece en este mundo. Casi puedo sentir sus brazos amorosos sosteniéndome, apretándome contra su hombro. Me acaricia suavemente la cabeza mientras gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas y se deslizan sobre mi cabello.

             Me dice: “Fred, te amo aun más de lo que puedes comprender. Tengo el poder, y en realidad quisiera sanarte, pero todavía no es el momento. Hijo querido, no sabes cuánto lamento haber per­mitido que te sucediera esto. ¡Cuánto daría porque de alguna manera no tuvieras que pasar por esta situación! Pero es preciso permitirle a Satanás que revele sus obras tenebrosas ante el universo. ¡Ese antiguo dragón dice que se le debiera permitir a él ser rey! Pues bien, dejemos que todos en el universo se enteren de lo que le ha sucedido al planeta Tierra bajo su dominio.

            “Hijo mío, estás cumpliendo el más elevado propósito posible al existir: vindicar mi carácter ante el universo. Cuando los demás seres creados vean cómo el pecado destruye todo lo hermoso y causa tristezas y sufrimientos indecibles, nadie jamás podrá cuestionar mi soberanía. Por tu sufrimiento, miles de millones podrán librarse de una agonía semejante.

            “Hijo mío, algún día muy pronto, te recompensaré. Satanás y sus seguidores serán destruidos eternamente, y enjugaré cada una de tus lágrimas. En este momento, preparo un nuevo hogar especialmente para ti, uno que es más grandioso de lo que jamás te podrías imaginar. ¡Ya verás!”

            Sigue sollozando, me abraza más fuerte . . .  no puede seguir hablando . . .

   El pequeño Daniel sí pudo saciar su sed aquella noche, y al día siguiente se sentía mucho mejor. Tal como fue sanado Danielito, yo sé que Dios me puede sanar en cualquier momento, ya sea instantánea o gradualmente. Pero si El decide no hacerlo, no importará.   Definitivamente seré sano en el momento que Cristo vuelva. Puedo continuar viviendo y trabajando para El, aunque paralizado, con la plena certidumbre de que El hará lo que sea mejor para mi.

            Dios ama a cada una de sus criaturas enormemente más de lo que yo jamás podría amar a Daniel. Pero ciertamente el amor que siento por mi hijo me ayuda a comprender la hermosa realidad de que Dios es un Padre amante en quien puedo confiar plenamente!

 

Fred Adams, junto con su esposa Diana, presta sus servicios en el programa de ''Servicio Voluntario Adventista" en México, por un período inicial de dos años.

Fotos de la Tragedia en la Fábrica de Muebles

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